29 January 2006

Los nuevos rastreadores de arte moderno MADRID

Son jóvenes directores de museos y conservadores con fino olfato para comprar arte contemporáneo en las galerías y ferias internacionales. Se “pelean” a diario con marchantes y destinan parte de su millonario presupuesto en apostar por nuevos creadores y obras de vanguardia. En vísperas de ARCO, del 9 al 13 de febrero, algunos de los más pujantes “rastreadores” cuentan sus estrategias para comprar.


La muchedumbre deambula, hace corrillos, charla y pasea los ojos por catálogos y revistas de postín. Se entremezcla por los stands y las instalaciones, a ver si se empapa de las esencias del diseño, o le entra en la sesera esa performance tan escandalosa de la que hablan los periódicos. Unos se entretienen en el runrún del arte contemporáneo; otros van al grano, chequera en mano. La escena es común en las ferias de arte moderno. Ocurre en Art Basel, en Suiza, olimpiada de la vanguardia; la secuencia encaja en las citas del vanidoso Miami; no obviar la FIAC de París, gran dama de la modernidad, o Madrid, con ese encuentro temático llamado ARCO (esta edición del 9 al 13 de febrero, con Austria como inspiración), certamen que cada año crece en objetivos, cifras y eco mediático.

Aristócratas, coleccionistas anónimos, clase media con pretensiones, visitantes oficiales, entendidos, millonarios tras un óleo de Lucien Freud o una fotografía de Manta Ray… Y por último, los profesionales que manejan el sector: marchantes, galeristas y, sobre todo, conservadores y directores de museos y centros de arte que rastrean como sabuesos el mercado en busca de nuevas piezas para aumentar sus colecciones permanentes. Persiguen las creaciones de ese artista tan prometedor, gangas imposibles, piezas que luego serán disfrutadas por el gran público en museos como el Reina Sofía, el IVAM levantino, el Artium de Vitoria, el Centro Galego… Comprar y vender algo tan volátil en su cotización —arte no superior a 125 años de antigüedad si hablamos de clásicos, no más de 30 las piezas más recientes— es un tira y afloja con varios ceros a la derecha, regateos y una atenta mirada fiscal.

La totalidad del sector mueve casi 800 millones de euros al año en España —26.000 millones en todo el mundo—, un país que cuenta con 85 museos y 600 espacios dedicados a este comercio en alza. Y el precio de las obras no cuelga de una etiqueta. La opacidad y cierto misterio convierten el sector en una jungla de glamour, casi inaccesible, aunque mucho más prosaica para los protagonistas de esta función: los responsables de la adquisición de piezas con destino final a los grandes museos y salas de arte contemporáneo españolas.

¿Pero quiénes rastrean talento tan inaprensible? ¿Cómo se miden los vaivenes de un mercado que recuerda los índices de la Bolsa? ¿Quién decide qué fondos comprar y en qué condiciones? ¿Cómo se adquiere una escultura de Chillida o una creación visual del estadounidense James Turrell? "Son decisiones muy pensadas. Como compramos con dinero público, tenemos que afinar al máximo, ya sea un clásico o un artista novel", declara Ainhoa Grandes, directora de la Fundación del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). La entidad tiene una estructura singular, ya que es un consorcio apuntalado por tres entidades: Ayuntamiento de la ciudad, Generalitat y Fundación. "Las nuevas obras las compra la Fundación, que busca recursos en el sector privado. Desde aquí analizamos precios del mercado, el artista y su obra, los periodos… Mi labor es acudir a todas las ferias y manejar las mejores fuentes para conocerlo todo sobre el autor. Además, hablo con conservadores que me indican cómo van los precios. Con los años, tejes una red, creas una cadena de relaciones", declara.

Proceso de compra. El MACBA busca arte español de los 80 e internacional de los 70. El cauce de compra no difiere mucho del resto de salas de nuestra geografía. Una comisión de expertos internacionales (María Corral, Lyn Cooke, Chris Dercon y Vicente Todolí) se reúne dos veces al año para estudiar cada propuesta de compra, con la supervisión del director del museo, Manuel J. Borja-Villel, los informes de Ainhoa y la visión artística de la conservadora María Antonia Perelló. Se presentan las obras que interesan, así como las propuestas espontáneas de galeristas, artistas y herederos. Las reuniones son maratonianas. Primero, porque hay que acertar con el criterio artístico; segundo, porque el patronato, que es el que gestiona el dinero contante y sonante, tiene que dar luz verde para que la pieza acabe en "el carro de la compra".

En el MACBA recuerdan arduos empeños. Por ello guardan especial cariño—incluso tuvieron que buscar sponsor para pagarla— por la obra Reykjavik slides, de Diter Roth. También por On subjectivity, arte electrónico de Antoni Muntadas, premio Nacional de Artes Plásticas presente en la bienal de Venecia, o la película del ruso Alexander Sokurov, Spiritual voices, que se proyecta en un bucle sin fin. La compra de todas ellas supo a gloria.

Las negociaciones recuerdan a los fichajes de fútbol. No se trata directamente con los artistas porque no tienen una perspectiva real de lo que vale su creación. Ésa es labor de los intermediarios, que se llevan jugosos porcentajes (entre el 40% y el 50%, el resto para el artista). Aunque algunos creadores se ofrecen de motu propio, porque quieren que su obra se revalorice en la primera división de las grandes salas.

Sin ahondar en aspectos amarillistas, el asunto más espinoso que atañe tangencialmente a este comercio son las supuestas comisiones, en las que un galerista o marchante obsequiaría bajo cuerda al comprador, que viene con dinero público bajo el brazo, con un pellizco del total de la venta. "Me parece una falacia, un topicazo. Puede haber marchantes que entren en el juego de las comisiones, pero no al nivel de los grandes museos. No creo que nadie se arriesgue. Es verdad que no es un mercado muy transparente, y que la negociación es muy hermética. Pero nadie se ha dirigido a mí, ‘oye si me compras esta obra te doy el 2%’", zanja Ainhoa Grandes. Según un marchante de arte que ha trabajado codo con codo con prestigiosos galeristas y responsables de grandes museos de España y el extranjero, y que prefiere que su nombre no trascienda, "la corrupción es de guante blanco. Nadie se da por aludido, pero mucha gente pone el cazo. La comisión puede ser un detalle caro, un coche, dinero en metálico o un cuadro. En Sudamérica, para poder vender unos boteros tuve que ir untando a todo el mundo. La comisión es un murmullo, un ruido de fondo. ¡Ojo! No todos funcionan así. Existen profesionales intachables en España", remata.

El museo Artium de Vitoria no esconde nada. Cuenta con un presupuesto para ir de shopping de unos 400.000 euros al año. La sala alavesa nació hace 30 años y la colección se basa en fondos de arte español. En aquel entonces, la Diputación Foral disponía de dinero y el núcleo básico lo componían artistas de los grupos El Paso y Dau al Set. "En 1985, se creó un grupo profesional para el seguimiento de artistas y trabar contacto con galeristas. En 2002 se fundó Artium. Mi labor como conservador de la colección permanente, y como nexo entre el director, Javier González de Durana Isusi, y la subdirectora, es localizar obras, pelearme con los galeristas y conocer a fondo la actualidad", detalla Daniel Castillejo. En el horizonte avista ARCO, cuyas ventas subieron un 10% el último curso. "Este año vamos sin presupuesto. Los saldos o gangas no existen, pero hace años compramos una obra de Miquel Barceló en una galería alemana por un buen precio", rememora. "Lo que sí se encuentra son artistas muy inflados", se queja.

Grandes firmas. Los grandes museos también aligeran el bolsillo en la feria madrileña. La Comisión de Compras del Real Patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía adquirió en ARCO 04 un total de obras de 19 artistas por un valor aproximado de 600.000 euros, entre ellos un cartel surrealista de Dalí, pinturas de Henri Michaux o grabados y fotografías de José Manuel Ballester, Abraham Lacalle y Alberto García Alix, entre otros. También se enorgullecen desde el museo ampliado por Jean Nouvel de haber conseguido, con mucha pericia, alguno de los mejores cuadros del abstracto Pablo Palazuelo, reciente Premio Velázquez de las Artes Plásticas.

Otra de las salas más efervescentes es el MUSAC de León. Agustín Pérez Rubio es su conservador jefe. Viajó el pasado año a la feria suiza Art Basel —"con unos precios carísimos"— donde el MUSAC tuvo un stand de lo más concurrido. Miembro del comité artístico y brazo derecho del director de la sala Rafael Doctor, afila los sentidos para estar al tanto de lo que acontece en el panorama. Se declara buscador de "arte del presente, de finales de los 90, y que está muy vivo. Por ejemplo, una videoinstalación de entre 8.000 y 30.000 euros". Asegura que "en las ferias se hace el primer, o se cierra, un contacto. Si te interesas por un artista joven que ha ido a un par de bienales, su obra se encarece. Es una cuestión de prestigio, de currículo. Hay que estudiar en qué colecciones ha estado, si lo ha comprado el MOMA, el Pompidou o el Reina Sofía". ¿Hay rebajas en el arte moderno? "Sí, al ser un museo público que es un gran escaparate el galerista te puede hacer un 10% de descuento. Si el artista no tiene galería, en nuestro caso negociamos directamente con él", remata Pérez Rubio, que forma parte del comité técnico artístico del MUSAC.

La sala castellanoleonesa también tiene el paraguas del patronato de la Comunidad Autónoma y un comité de expertos que decide en qué se invierte cada euro (el pasado año, dos millones para compras). "Los galeristas no son tontos. Saben que estar en la colección de un buen museo es mucho mejor que en manos de un coleccionista", concluye.

Pilar Citoler sabe a lo que se refiere Pérez Rubio. Esta zaragozana de 65 años cuenta con una colección privada de arte moderno con 900 obras, donde es fácil reconocer a Miró, Picasso, Lichtenstein, Warhol o Léger, por mencionar algunos de la ilustre lista que embellece sus casas y su lugar de trabajo. Ella forma parte de ese 18% de familias españolas que tienen dinero invertido en obras de arte. Lo paladea en la intimidad, convirtiendo las obras en coto vedado para el resto de los mortales. "Cada uno tiene sus prioridades y sus vías de acceso. Antes de comprar, los museos lo piensan mucho, por ver si la obra se ajusta a su discurso. Los coleccionistas tenemos más libertad para comprar en España, el extranjero, ferias, subastas o galerías. Pero no nos hacemos la competencia", comenta. La experiencia le dice que "el pintor quiere rentabilizar su talento, y el procedimiento más natural y honrado es comprar a través de galeristas. No se debe puentear comprando directamente en el estudio. Eso sí, no he adquirido nada a través de Internet. Me gusta tocar con la mirada e in situ las obras que me interesan", argumenta. Nuevo miembro de la Junta del Patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, ahora verá los toros desde la órbita del museo público. Le toca comprobar las limitaciones de un centro de arte. El coleccionismo privado no tiene circunstancias externas que le coarten, así que los museos no pueden competir con las desahogadas cuentas corrientes de coleccionistas, instituciones, bancos o grandes empresas.

Donaciones. Pero entre los rastreadores de arte moderno, no todo es compra, autentificaciones, reuniones con galeristas y pujas en subastas. La donación es otro de los cauces para que las obras pasen de la intimidad del estudio a los ojos del gran público. Veáse, el Instituto Valenciano de Arte Moderno ( IVAM). Lo refrenda Consuelo Císcar, su imaginativa directora; "El escultor Miquel Navarro, al donar 530 obras, ha supuesto un gran incremento de patrimonio. A esto hay que añadir donaciones de obras de Cristino de Vera, John Davies, José Manuel Ballester, Gerardo Rueda, Dani Karavan, Herbert List, Ida Bardarigo o Robert Rauschenberg, entre otros. Hoy, el IVAM tiene 73 convenios de colaboración con entidades públicas y privadas. Hay muchas propuestas de donación y adquisición y es un comité artístico y un consejo rector el que ratifica, trimestralmente, lo que se debe comprar y lo que no. En 2005 adquirimos 41 obras por valor de 2.781.000 euros. Pero nos donaron 745 cuyo valor sobrepasa los 25 millones", explica Císcar. Con un recuerdo permanente para el artista Julio González, un pilar en la colección del IVAM, la directora cree que "los galeristas son comprensivos. Nuestra relación con ellos la definiría como cordial y aceptable", finaliza.

Las galerías españolas, unas 100 de ellas dedicadas al arte de vanguardia, movieron en conjunto en 2004 unos 200 millones de euros. Soledad Lorenzo dirige una galería del mismo nombre cerca de la Plaza de Colón, en Madrid. Su reputado espacio expositivo apuesta por nombres consagrados y nuevos talentos. No es raro encontrar entre sus fondos a Julian Schnabel —el director de cine metido a pintor, o viceversa—, o a Anish Kapoor, uno de los abanderados de la Nueva Escultura Británica.

En opinión de Soledad, "el mundo del arte contemporáneo es minoritario. Las galerías vivimos de la inversión privada, aunque el MUSAC y la Fundación La Caixa nos han comprado mucho". Con 32 años de experiencia en el sector, tiene clara su filosofía: "Pertenezco casi al pasado, pero amo los cambios. Hay que comprar obra reciente porque rápidamente se revaloriza y pasa a ser histórica". De sus palabras se traduce que el arte ha mutado a la sociedad: "Todo no se comprende a la primera mirada. Hace 40 años era impensable este boom, este, no lo llamaría idilio, sino tremendo esfuerzo. Una cosa es clara: la sociedad española asimila las nuevas realidades artísticas con 25 años de retraso", argumenta. Hay hambre de arte moderno en España. Su digestión sigue siendo lenta.